El universo está lleno de maravillas, y no todas son lejanas o inalcanzables. Algunas de las curiosidades más sorprendentes de la astronomía revelan cómo lo que ocurre en el cosmos puede ser, al mismo tiempo, extraño, fascinante y muy humano.
Comencemos con una rareza: científicos del Instituto Max Planck detectaron en una nube de polvo galáctico grandes cantidades de etil formiato, una molécula que curiosamente huele a frambuesa y ron. Esta sustancia se encuentra en la Sagittarius B2, una gigantesca nube de gas cerca del centro de la Vía Láctea. Aunque no podemos oler el espacio directamente, estas moléculas flotan libremente, dando a la galaxia un “aroma” químico peculiar.
Otra sorpresa: Venus gira en dirección contraria a la mayoría de los planetas del sistema solar. Su rotación retrógrada implica que, si estuvieras allí, el Sol saldría por el oeste y se pondría por el este. Además, un día en Venus (243 días terrestres) es más largo que su año completo (225 días). Un fenómeno que desafía los modelos tradicionales de formación planetaria.
¿Y sabías que Neptuno aún no ha completado una sola vuelta alrededor del Sol desde que fue descubierto en 1846? Su órbita tarda unos 165 años terrestres, por lo que recién en 2011 terminó su primer “año oficial” desde que lo observamos por primera vez.
En otras regiones del universo, los astrónomos han identificado planetas errantes: mundos sin estrella madre que vagan solos por el espacio. Se estima que podrían haber más de 200 mil millones de estos planetas flotando sin órbita definida.
La composición de las estrellas también sorprende. Aunque el Sol es una estrella promedio, algunas como UY Scuti tienen un radio más de 1 700 veces mayor. Si esta estrella reemplazara al Sol en nuestro sistema, su superficie alcanzaría la órbita de Saturno.
Y en cuanto a las estrellas fugaces: no son realmente estrellas. Son fragmentos de roca o metal, llamados meteoros, que se queman al entrar en la atmósfera. Un grano del tamaño de un guisante puede producir una brillante estela de luz, visible desde cientos de kilómetros.
La astronomía, además de ciencia, es poesía celeste. Nos invita a pensar en lo diminutos que somos y, al mismo tiempo, en lo conectados que estamos con ese cosmos lleno de preguntas sin respuesta… y con olor a frambuesa.