La Basílica de Guadalupe, uno de los santuarios católicos más visitados del mundo, guarda una historia que se remonta a tiempos anteriores a la llegada de los españoles. Antes de la Conquista, el cerro del Tepeyac, donde hoy se erige el templo, era un importante centro ceremonial dedicado a Tonantzin, deidad asociada con la fertilidad y la tierra en la cosmovisión náhuatl.
Crónicas del siglo XVI, como las escritas por fray Bernardino de Sahagún, relatan que comunidades nahuas peregrinaban hasta un santuario en este sitio sagrado para rendir tributo a “Nuestra Madre Venerada”. Con la llegada de los españoles, las autoridades coloniales impulsaron la sustitución de los cultos indígenas por prácticas católicas.
En este contexto, según la tradición, en 1531 la Virgen María se habría aparecido a Juan Diego en el mismo cerro, dando origen al culto guadalupano. La coincidencia geográfica entre el lugar de veneración prehispánico y el nuevo santuario cristiano ha sido interpretada por historiadores como un ejemplo de sincretismo religioso, en el que elementos indígenas y católicos se fusionaron para facilitar la conversión de los pueblos originarios.
Hoy, la Basílica de Guadalupe no solo es un punto de peregrinación religiosa, sino también un sitio que conserva vestigios de la historia cultural y espiritual de México, marcando la continuidad de la devoción en el mismo espacio sagrado a lo largo de siglos.
Crédito: Información basada en publicación de El Imparcial en Instagram.